Muchas veces se habla de Mourinho como una persona maquiavélica, irónica, estratega, pero lo que verdaderamente es el entrenador del Real Madrid es un entrenador sincero, natural y que siempre muestra sus cartas. Mourinho dice lo que hay y lo que piensa. En la rueda de prensa de este lunes el técnico blanco recalcó una y otra vez que no se cambiaría por nadie, que para él su equipo es el mejor, que sus números son notables, que es líder. Todo cierto. El luso no miente a nadie con sus palabras, dice lo que piensa y lo argumenta.
Por otro lado tenemos el discurso comedido y estudiado de Josep Guardiola. El entrenador culé vive en una nube, pero su discurso y alegado de falsa modestia ya cansa hasta a sus propios aficionados. Comedido como ninguno, el catalán opta una y otra vez por alabar al rival, dejar la presión al Madrid, hasta que no puede disimular más su discurso y se le van de las manos sus planes.
El madridismo está cansado de que a su entrenador se le tilde de todo menos bonito y se alabe de sobre manera a un Guardiola sobreactuado, que en su alegato siempre tiene la falsa humildad por bandera. Es la cara que quiere mostrar, pero poco a poco se le está cayendo la máscara. Esa batalla que siempre ha querido tener controlada, la de las ruedas de prensa, cediendo siempre la presión al rival se ha visto muchas veces al descubierto, como cuando en Pamplona habló de “un país pequeñito” de allí arriba, o cuando tildó a Mourinho de “ser el puto amo”.
La verdad y sinceridad duele, el gesto de tener todo controlado y decir lo que uno piensa no gusta, por eso los azulgranas no quieren a Mourinho, un entrenador auténtico y natural. Enfrente el discurso orquestado, comedido y falso de Guardiola, que ya agobia con su “corrección política”, en la que, pese a saber cuál es la realidad que le asoma, prefiere envolver esta con un papel de regalo, falseada por completo y magnificada para escudar sus problemas.
El discurso del entrenador azulgrana, en el que predica la humildad y la exaltación de la epistemología de la derrota como una máxima real, aderezado siempre de la sonrisa irónica, agota, desgasta y está llegando a puntos de dejar en evidencia que lo suyo sí que es puro teatro.