El Barça propicia la fuga de talentos y apuesta por la miseria y el recorte de gastos ante la incapacidad para generar nuevos ingresos después de la venta de patrimonio en forma de palancas. El club va de cabeza a la converssión en SA.
Más que el dinero y su contrato de 3 millones de euros, que la directiva del FC Barcelona y los gestores del baloncesto blaugrana se ha encargado de propagar, lo que ha acabado con Jasikevicius en el Barça, en el Barça de Laporta, es su personalidad.
Haciéndole desaparecer del Palau, Laporta se saca un peso de encima. Y la llegada de Roger Grimau, un tipo simpático, obediente y barato, incluso podrá facilitar que a Laporta por fin le empiece a gustar el baloncesto. Sus escandalosas ausencias en el Palau y en finales en las que el Barça se jugaba títulos ya le dejaron suficientemente retratado.
Será Roger Grimau el sustituto de Sarunas Jasikevicius. Grimau será un entrenador de Laporta y no una herencia del pasado, como Jasikevicius, Mirotic o Higgins. A Laporta no le gusta lo que no es suyo. Le gusta rodearse de gente que esté obligada a agradecerle su presencia en el Barça. Y a Mirotic, Jasikevicius y Higgins se los encontró puestos.
Grimau será el entrenador del Barça las próximas dos temporadas si los resultados lo permiten. Laporta baja salarios, pero sube el listón. Dos ligas y dos copas en tres años le saben a muy poco. Y ahora intentará asaltar la Euroliga a su manera, echando mano de los amigos.
¿Qué experiencia tiene Grimau como entrenador? Ha dirigido al filial del Barça. Suficiente para Laporta, que debe ver en él al nuevo Guardiola. Al presidente hasta debió sentarle a cuerno quemado la paliza reciente al Real Madrid en la final de la Liga ACB, un éxito que abrillantaba a los que quería despedir y le dejaba en mal lugar a él.
Jasikevicius dijo que estaba dispuesto a rebajarse el sueldo, pero, como ya sucedió con Messi y con Mirotic, la decisión estaba tomada, no era cuestión de rebajas sino de principios. Con ninguno se negoció nada.
Se entiende que Laporta intente echarse atrás de su promesa ante la asamblea de incluir el Palau en el macrocrédito nunca lo suficientemente bien explicado del Espai Barça. Ahora resulta que los 1.500 millones pedidos a los bancos no dan para construir un nuevo Palau.
¿Y para qué quiere el Barça un nuevo Palau si se está invitando a los abonados a huir de él, como ha sucedido con los del Camp Nou que no quieren ir a Montjuic?
El Barça camina inexorablemente rumbo a su conversión en sociedad anónima. Liquidada la venta de patrimonio en forma de palancas, Laporta, al que también se le han fugado los cerebros en los despachos liquidando así la disidencia, no encuentra fórmulas imaginativas para multiplicar los ingresos (solo se le ocurre ir a Qatar en busca de limosnas) y no le queda más remedio que optar por recortar gastos y asumir la miseria. Miseria llama a miseria. En eso está el Barça.
Y hace bien Laporta en cargarse las secciones. Si desaparecieran de un plumazo se le solucionarían muchos problemas económicos, pero el Barça también sería mucho menos que un club. Tantos años de acoso y linchamiento a Josep Lluís Núñez y es incapaz de hacer algo tan sencillo como convivir con secciones competitivas y ambiciosas, algo que sabía hacer su odiodo Núñez. Y ya es hora de dejar de llorar por la mochila heredada y de coger los cuernos y afrontar los problemas.
Pero no da para más. Más miseria.