Dos equipos que se han colado como polizones en la Supercopa se disputarán el trofeo en la final sin más aval para ganarlo que el de sus respectivos nadapletes con los que cerraron la pasada temporada. El Supercampeón será un equipo que no ganó nada el año pasado.
La Supercopa nació para medir al campeón de LaLiga con el campeón de la Copa del Rey. El espíritu se ha perdido en pos de del dinero que ofrece un país, Arabia, en el que no se respetan las libertades individuales y que paga 20 millones a la Federación para limpiar su imagen ante el mundo.
Ahora se trata de montar un torneo a cuatro para convertir el formato del duelo a ida y vuelta de los dos campeones en una competición a tres partidos con dos semifinales y una final, abriendo la puerta a los subcampeones, equipos que no presentan ningún mérito para participar en una competición cuyo origen no era otro que medir las fuerzas de los campeones de los dos torneos más importantes de España.
Y se da la circunstancia de que el subcampeón de LaLiga se enfrentará en la final al subcampeón de la Copa del Rey en una final descafeinada que premia a quien no ha hecho méritos para ganar el trofeo.
Todo esto, además, se añade a un calendario saturado en el que no hay fechas para albergar más compromisos oficiales.
El Real Madrid ya participó en la primera Supercopa con formato de cuatro participantes con el mérito de ser el tercer clasificado de La Liga. Y como tal se impuso en la final al Atlético de Madrid, que llegó hasta ahí como subcampeón de Copa, circunstancias que restan credibilidad a un torneo que ha perdido el valor con el que fue inspirado su creación.
La cuestión es que se han juntado dos polizones en la final de la Supercopa sin presentar mérito alguno para disputársela.