La carta del ABC/ Golpe bajo a la imagen del club / ¿Tolerancia infinita para Laporta? / Y pedía inflexibilidad a la policía / Primera línea mediática mundial / Insultó a la policía / Gaspart defiende su actuación / Laporta en estado puro / "No he matado
Capítulo 64 del libro "El lado Oscuro de Laporta", de Pedro Riaño, en el que repasamos todos los detalles del primer mandato de Joan Laporta como presidente del Barça para entender su comportamiento en la actualidad. En este caso recordamos el incidente en el aeropuerto de El Prat en el que Laporta se quedó en calzoncillos fruto de una rabieta.
Viaje institucional de Joan Laporta en misión de paz a Sarajevo acompañado de una corte de informadores de diferentes medios de comunicación dispuestos a dar fe de su tarea evangelizadora por tierras balcánicas. El objeto del desplazamiento, transmitir el carácter solidario del club a través de su presidente en tierras azotadas por la guerra y necesitadas de la ilusión blaugrana. Mientras los enviados especiales narraban épicamente el devenir de la agenda del presidente del más que un club en Bosnia, el diario ABC publicaba en su sección de cartas al director un escrito firmado por José María García Hoz, que disfrutó del dudoso honor de compartir con Joan Laporta el paso por el arco detector de metales de El Prat. A través de ABC el mundo pudo enterarse de cómo las gastaba el presidente del FC Barcelona cuando le alteraba un contratiempo. José María Hoz, ex presidente de Recoletos y ex director general de Onda Cero, ex director de Expansión y ex editor de Actualidad Económica, lo presenció en directo y lo relató en ABC.
Laporta, en calzoncillos
“Terminal C del aeropuerto de El Prat, sábado 9 de julio, 15.15 horas. Europa todavía vive conmocionada por la masacre de Londres. Como en todos los grandes aeropuertos europeos, el barcelonés de El Prat funciona con alerta máxima: más sensibilidad en los detectores de metales, más personal de vigilancia, evidente o camuflado, estricto cumplimiento de los protocolos de seguridad.
Con todo, como cualquier sábado a primera hora de la tarde, el aeropuerto sestea: menos vuelos que en los días de cada día, menos pasajeros, más tranquilidad. Pasar los controles de seguridad lleva apenas un par de minutos. Joan Laporta, el presidente triomfant del Barcelona, rodeado de media docena de escoltas y colaboradores, pasa el detector de metales con el descuido rutinario de quien ha cumplido el trámite en muchas ocasiones. El arco pita. Laporta, contrariado por el descuido, vuelve atrás y saca de los bolsillos algunas llaves y monedas. El segundo intento acaba también en pitido de alarma. En el tercero, ya sin reloj y sin bolígrafos, vuelve a sonar el timbre impertinente.
Joan Laporta pierde definitivamente los nervios. Esas mierdas de aparatos no saben quién es él. Empieza a gritar y a proferir insultos hacia el personal de seguridad: “¡Cabrones, siempre me hacéis lo mismo! ¡Me tenéis hasta los cojones! ¡Si queréis que me quede en pelotas lo vais a conseguir!”. Entre gritos e imprecaciones, el presidente del Barcelona se saca los zapatos y los tira por el aire, más allá del arco de seguridad; antes de que los desconcertados escoltas puedan impedirlo, se desabrocha el cinturón, se saca los pantalones y los mete en una cesta para que pasen el detector de metales en los equipajes.
Enfurecido y enrabietado, un personaje público en paños menores –cutres calzoncillos slip de punto gris- arma un lío. La gente que circula por allí no se lo puede creer. El desconcierto del público obliga al guardia civil a pedir el DNI a un personaje al que seguramente admira y en todo caso conoce muy bien. Nuevos gritos e insultos ponen en marcha el principio de autoridad.
“Señor Laporta, acompáñeme, por favor”, dice un guardia civil que prefiere aguantar las imprecaciones de personaje tan principal que vivir el oprobio de no reaccionar al verse insultado en público. El presidente del Barcelona y el guardia pasan un par de minutos al resguardo de las miradas de la gente, en el interior de una precaria caseta habilitada para registros de urgencia. Joan Laporta sale con los pantalones en su sitio y la misma indignación con la que entró. El guardia, con la esperanza de que aquella pantomima de registro sirva para acabar con el incidente.
Poco antes del incidente, en la pequeña cola de los que íbamos a pasar el control de seguridad, detrás de Laporta estaba un servidor. También conmocionado por la matanza de Londres y por la fiesta familiar del día anterior, al principio decidí no dar importancia al asunto: estamos todos nerviosos.
A medida que aumentaban los decibelios, volaban los zapatos y empezaba el parcial striptease, sin éxito traté de sumarme a los escoltas del presidente del Barcelona, que vanamente recomendaban calma a su jefe.
Cuando Joan Laporta, adecuadamente vestido y calzado, se dirigía a la sala de espera del Business Class de Iberia, le reproché: “¡Vaya ejemplo! Vaya ejemplo de comportamiento que nos ha brindado al común de la ciudadanía”. El presidente del Barcelona no volvió la cabeza, pero cuando, a mi vez, entré en la sala Business, Joan Laporta se dirigió a mí desafiante: “¡Qué me miras! ¿Te he hecho algo?”.
Articulé una respuesta quizá sin sentido; “Pues sí, ha faltado usted al buen gusto, a las normas de educación y convivencia más elementales”. Progresivamente alterado me espetó: “¿Qué pasa? ¿Te has excitado?”.
En aquel momento los acompañantes del presidente del Barcelona consiguieron que Joan Laporta se callara antes de que continuara explicitando su homofobia”.
Firmado: José María García-Hoz. Madrid
El 12 de julio de 2005, al día siguiente de la aparición de la carta en ABC y 72 horas después del incidente, Sport diseñaba su portada con un gran título “CALIENTE. El mercado se mueve”. Y tres fotos de considerable tamaño de Baptista, Gallas y Saviola. A un lado, y en unas dimensiones mucho más reducidas: “INCIDENTE DE LAPORTA EN EL PRAT. El presidente pide disculpas”. Sin duda, no era la noticia del día. Era más noticiable que Gallas y Baptista ficharían por el Barça. Y dentro, después de describir profusamente la actividad del “Coronel Laporta” en Bosnia (9 fotos con su imagen en las páginas 6 y 7), Josep Maria Casanovas le recriminaba “su imagen de prepotencia”. Más atrás, en la página 8, se ofrecían detalles sobre el incidente.
Ese día, sin embargo, el editor de Sport sacó el látigo: “Si Laporta se cree que por ser presidente del Barça ha de tener privilegios sobre los demás ciudadanos, está muy equivocado. Él, que denunció la violencia y luchó contra los grupos radicales, ahora no puede tener un comportamiento absolutamente irracional. Quedarse en calzoncillos en un aeropuerto es dar carnaza a sus enemigos y propinar un golpe bajo a la imagen del club. De poco sirve ir a Bosnia a inaugurar una peña si antes provocas un incidente que te descalifica. Por mucho que se disculpe en una nota pública, el daño ya está hecho”.
Josep Maria Casanovas lamentaba, además, la estrategia de imagen y comunicación del presidente, que iba a inaugurar peñas a Camerún o Bosnia y todavía no había encontrado un momento para ofrecer la liga a las autoridades locales. Y proseguía: “En ciertos ambientes políticos catalanes se comenta que Laporta está más preocupado en hacer de embajador de Cataluña en el extranjero que de presidente del Barça”. Casanovas empezaba a conocerle cuando aún no había cumplido su segundo año de mandato. Conclusión: “Querido Laporta, aléjate de la prepotencia y la soberbia y vuelve a conectar con el socio que te hizo presidente”. Prácticamente el mismo mensaje que le ofreció gratis Sandro Rosell cuando anunció su dimisión.
En el comunicado oficial improvisado por el club para salir al paso del incidente se podía leer: “Lo único que hice fue intentar solucionar una situación de bloqueo que se produjo cuando el arco de control de metales no dejaba de sonar (…) En ningún caso perdí los nervios ni insulté a nadie ni realicé ningún tipo de discurso homófobo. Si algún barcelonista se ha sentido ofendido por esta situación le pido disculpas”. Es decir, que a perder los nervios con actitud chulesca y profiriendo insultos lo llamaba Laporta “intentar solucionar una situación de bloqueo”. Y pedía disculpas, en condicional, sólo a quien hubiera podido sentirse ofendido, siempre y cuando fuera barcelonista, claro, como dando por supuesto que la gran mayoría de ciudadanos habrían aprobado su comportamiento. A quien no pedía disculpas la nota era a los policías a quienes faltó al respeto, algo que tuvo que hacer posteriormente convencido por alguien muy próximo y seguramente a regañadientes. Todo esto ocurría, además, 48 horas después del atentado terrorista en el metro Londres en el que perdieron la vida 56 personas y quedaron mal heridas más de 700. Los aeropuertos del mundo entero se encontraban en estado de alerta máxima extremando las medidas de seguridad, y El Prat no era una excepción. De hecho, el plan de seguridad desplegado en el aeropuerto obedecía a la consigna de “tolerancia cero a la violencia”, esa expresión que tanto gusta a Laporta. Por lo visto, lo de la tolerancia cero sólo tenía validez cuando los malos eran los demás. Por eso, mientras él, el bueno, se dedicaba a solucionar situaciones de bloqueo, era capaz de manifestar, según recogía El Periódico 24 horas después, que “el funcionamiento de los Boixos Nois recuerda al de las sectas”. ¿A qué le recordaría el funcionamiento de una persona que ejercía en público la histeria mientras ostentaba la representación máxima del FC Barcelona?
Ese mismo día La Vanguardia informaba de que “Laporta volvió a atraer al primer plano su política de tolerancia cero contra los aficionados violentos en una mesa redonda sobre violencia y racismo en el deporte. Laporta aseguró que sólo con la colaboración absoluta con la policía se puede ser eficaz en la erradicación de los ultras”. “Cualquier concesión convierte en débil a la policía”, sostenía el presidente. “Laporta considera que en este campo se ha de ser más inflexible. Al mismo tiempo hizo hincapié en que los líderes ultras no son jovencitos: “Tienen cuarenta y tantos años y es ridículo su comportamiento, que arrastra a algunos jóvenes”. ¿Qué credibilidad podía tener quien reclamaba colaboración absoluta con la policía 48 horas después de humillarla públicamente poniéndose a la altura del peor de los ultras a los que quería erradicar? Y aún se permitía dar consejos pidiendo severidad con los violentos y negando la más mínima concesión. Por supuesto, se supone que cuando Laporta hablaba de violentos no incluía a alguien que hubiera estado intentando “solucionar una situación de bloqueo”, alguien de cuarenta y tantos años cuyo comportamiento pudiera arrastrar a los jóvenes.
Miguel Rico escribía en Sport: “A partir de ahora mejor será tomárselo a broma y pensar que lo del sábado en el aeropuerto no fue una majadería sino, por ejemplo, una bien estudiada estrategia de marketing. Es decir, como lo de China, pero mejor hecho. Con el presidente del Barça implicándose a fondo en el proyecto porque, cuando hablamos del sponsor de la camiseta, hay que hacer lo que haga falta. Lo del sábado no sirvió para nada. Sólo para retratar al presidente. Por cierto, ¿habrá fotos de eso?”. Evidentemente, no hubo fotos. Y no por falta de fotógrafos. De cualquier forma, si lo que Laporta pretendía era situar al Barça en la primera línea mediática mundial, tal y como prometió, lo logró. La noticia dio la vuelta al mundo para vergüenza del barcelonismo.
E-noticies.com analizaba así el grotesco acontecimiento: "Cualquier ciudadano se puede molestar ante los problemas que pueden crear los controles de seguridad en los aeropuertos. De hecho, incluso son muchos los ciudadanos que se enfadan en estas circunstancias. Pero los aeropuertos no suelen estar llenos de ciudadanos enfadados en calzoncillos, y menos si son presidentes del FC Barcelona".
Josep Maria Artells ofrecía su punto de vista en Mundo Deportivo: "El barcelonista puede perdonar muchas cosas, pero lo que nunca perdonará es que se le falte al respeto por el comportamiento irresponsable de quien le representa... El presidente del Barça debe ser el último en quejarse de los controles policiales porque es un abanderado en cuestiones de seguridad, como bien sabe el Camp Nou. El civismo y los valores que viene predicando en Camerún y Bosnia poco tienen que ver con actitudes abusivas que rozan la histeria frente a un personal subalterno en servicio. Necesitan más explicaciones que 4 líneas echando balones fuera”.
A diferencia de Sport, Mundo Deportivo sí reproducía íntegramente la carta del privilegiado testigo publicada en ABC. También difería de Sport en el tratamiento ofrecido al tema en la portada. En este caso, la noticia de “Incidente de Laporta en el Prat” ocupaba casi todo el espacio y podía leerse también: “Se quitó los pantalones, harto de que sonara el detector de metales”. Además, desarrollaba el tema en sus dos primeras páginas.
A Ramón Besa, de El País, le sorprendía la reacción del presidente por el ideario de “una junta tan entregada al simbolismo (…) El cargo de presidente se ha comido al ciudadano, o viceversa, y hoy se duda sobre su sentido de la representatividad (…) Hay actuaciones que son reprobables sin que sea menester recurrir a un manual de urbanidad, por mucho que la junta, entregada al simbolismo, se empeñe en marcar incluso la camiseta con etiquetas como la senyera para expresar su catalanidad (…) A ojos de los socios sería preocupante que el presidente afrontara los problemas, y más aún que los resolviera, de la misma manera que en El Prat por no recordar cómo fichó a Davids al grito de “Que n´aprenguin”. Así se entendería la salida de cinco directivos sólo porque pasaron de aplaudir a pitar“. De hecho era la continuación de la filosofía prepotente del “Que n´aprenguin” que tanta gracia hizo meses atrás. El País lo vio así: “El presidente del Barça perdió los nervios. Insultó al personal de seguridad, se sacó los zapatos y los hizo volar antes de irse a por el cinturón y el pantalón. Ante la mirada estupefacta de los que le rodeaban, Laporta se sacó los pantalones, los metió en una cesta para que pasaran el control y durante unos minutos aguardó en calzoncillos alguna reacción (…) Un guardia civil le solicitó el DNI y tras escuchar algún insulto se lo llevó a un aparte. Minutos después Laporta reaparecía adecentado, con sus pantalones y zapatos, pero idéntico cabreo”. Y añadía: “Fuentes cercanas al personal del aeropuerto confirmaron los hechos tal y como los relata el periodista”. Por un lado tolerancia cero a la violencia, por otro se enfrenta a los miembros de seguridad. Son los continuos contrasentidos del laportismo.
Emilio Pérez de Rozas, en El Periódico, se sorprendía porque “ni el séquito, ni la seguridad, ni los responsables de comunicación del club supieron evitar un mal ejemplo como este”.
El 15 de julio Gaspart aprovechaba la oportunidad que le brindaba Sport para echarle un capote a su amigo de nuevo cuño: “Si pasa Zapatero y pita, ¿verdad que no vuelve a pasar por la máquina porque no es un terrorista?”. Era la peculiar interpretación del ex presidente por esa época íntimo de Laporta.
Un hombre que va por el mundo dando lecciones, que presume de solidario y que preside lo que se pretende que sea más que un club no puede avergonzar al barcelonismo en un viaje institucional en el que ejerce el papel de embajador del club. Ese Laporta del aeropuerto era el Laporta en estado puro, sin el filtro de los asesores encargados de proyectar la imagen que más interesaba del presidente. Era el Laporta del “usted no sabe con quién está hablando”, del “al loro, que no estamos tan mal, hombre”, que entiende que ya ha alcanzado la notoriedad suficiente como para diferenciarse del resto de los mortales y, por tanto, no está para someterse al juicio de un inoportuno pito que suena a destiempo y en un momento en el que el mundo entero se muestra sensibilizado ante la amenaza del terrorismo. Él, al parecer, ya no era de este mundo. Un mes después Sport explicaba que en el avión de vuelta de Sevilla, tras el partido de ida de la Supercopa que el Barça jugó ante el Betis, Laporta, haciendo caso omiso de las azafatas, hablaba tranquilamente de pie en las últimas filas. “Al ser avisado, volvió corriendo a su asiento de las primeras filas y prácticamente se sentó coincidiendo con el aterrizaje”. A su aire, claro.
El 20 de julio, echando mano de TV3, el presidente trataba de justificarse: “Lo del aeropuerto fue un fallo. Tomé la decisión equivocada, soy humano y no he matado a nadie, pero me sorprende la reacción de unos cuantos que desde alguna tribuna han tenido una reacción encarnizada, porque no insulté a nadie (…) parece que algunos no digieren que dirijamos el Barça como la institución más importante de Cataluña y no como un simple club de fútbol. Mientras yo dirija el Barça fomentaré la idea de Barça y la de país (…) No tengo sentimiento de haber actuado de forma prepotente”. Y como eso, todo. ¿Qué tendría que ver el fomento de la idea de Barça y de país con el incidente? ¿Era quizá su manera de entender el Barça y el país? Esa salida de tono, argumentando su defensa en base a un ataque a quienes “no digieren que dirijamos el club como las institución más importante de Cataluña” recordaba a actitudes de antiguos gobernantes represores que no encontraban otra salida para justificar sus excesos que cargar sobre el enemigo imaginario los pecados propios que trataban de esconder. Curiosa también la palabra “encarnizada”, que pocos meses después emplearía su cuñado Alejandro Echevarría para describir el acoso al que se sentiría sometido. Además, no había matado a nadie. Por tanto, no había motivo para la alarma. Afortunadamente, no estábamos ante un asesino. Sólo ante un exhibicionista. Y teníamos que felicitarnos por ello.
Pasados cuatro meses del incidente, una pancarta gigante saludaba al presidente del Barça en su visita al Vicente Calderón: “Se buscan Full Montys. Razón: Laporta”. A todo esto, Sandro Rosell, ya dimitido, permanecía mudo. El que, si el presidente no mentía, estaba en campaña electoral, renunciaba a cebarse aprovechando un tema que si llega a caer en manos del Laporta del Elefant Blau hubiera sido motivo, como mínimo, de una moción de censura. Seguramente Rosell, que confesó en el momento de su marcha que no reconocía a Laporta, debió pensar que, efectivamente, ese hombre no era el que le engatusó para trabajar con entusiasmo en un proyecto “engrescador”.
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