Sí cenó con Pedro Jota / Baptista se escapa / Demagogia en Macao / “Alguna cosa haremos en Macao” / “Alguna cosa haremos en Macao” / Un edificio en Shangai / Tres defectos de Laporta / La realidad no es cierta / Malas digestiones / Exclusividad par
Capítulo 14 del libro "El lado Oscuro de Laporta", de Pedro Riaño, en el que repasamos todos los detalles del primer mandato de Joan Laporta como presidente del Barça para entender su comportamiento en la actualidad.
Todo muy significativo: “vacaciones de gorrra”, “amigos de Zaplana”, “magnates”... Sólo una precisión. Si la entrevista realizada por Toni Frieros a Pedro J. Ramírez en Sport el 13 de noviembre de 2005 se ajusta a la realidad –nada invita a dudarlo- y el entrevistado no miente, Joan Laporta no sólo aceptó la invitación de Pedro J. Ramírez (¡viva la transparencia!) para cenar con un miembro del PP y otro del entorno del Real Madrid en su polémica casa mallorquina y en pleno conflicto de ERC con el director de El Mundo por el tema de su piscina, sino que incluso le regaló una camiseta del Barça con su nombre impreso en la espalda.
Le decía Pedro J. a Frieros: “Invité a cenar a Laporta, Jaume Matas y Carlos Sainz a mi casa de Mallorca y lo hice con la camiseta que Laporta me regaló con mi nombre y el número 9 en la espalda. Y Laporta tiene esa foto”.
Obviamente, el presidente del Barça era muy libre de relacionarse con quien le viniera en gana, pero cuando uno va por ahí pregonando su independentismo no puede aceptar invitaciones a escondidas de quien es objeto de crítica y hasta burla por parte de miembros destacados de un partido nacionalista catalán -¿no quedamos en que el Barça era un club catalanista?-, uno de cuyos líderes llegó incluso a bañarse sin permiso en la piscina del periodista anfitrión para llamar la atención y reclamar su ilegalidad. Es decir, que Laporta estaba teóricamente más cerca de quién invadió la piscina que de su dueño. Eso, siempre y cuando no nos tuviera embaucados con sus ideas políticas. Como en el caso de su cuñado franquista, lo peor no fue que Laporta cenara en casa de Pedro J. Ramírez, sino que lo negara después.
Durante el verano de 2005 se produjo la “pérdida” del sevillista Baptista, que se hartó de esperar al Barça –Txiki le aguardaba en el Camp Nou un año más tarde- y renegó de su proyecto para acabar firmando por el Real Madrid. Paralelamente, el Barça cedió a Saviola al Sevilla y Laporta no desperdició la ocasión para sacar pecho: “Con el Sevilla nos aseguramos el derecho de tanteo con Alves y otras condiciones que nos interesaban”. ¿A quién se referiría? ¿A Reyes, a Baptista o a Sergio Ramos? Los tres fueron objetivos del Barcelona y ninguno acabó de blaugrana porque cuando uno echa mano de la prepotencia diciendo que “el precio lo pongo yo”, la otra parte busca la mejor oferta y deja de perder el tiempo.
A Del Nido, presidente del Sevilla, le faltó tiempo para desmentirle: “Opción formal sobre algún jugador sevillista no hay”. ¿Estaría llamando Del Nido mentiroso a Laporta? La cuestión es que pese a la magnífica y ventajosa operación pactada con el Sevilla, con opción o sin opción, Alves no vistió de blaugrana hasta que tres años más tarde el Barcelona aceptó pagar hasta el último euro de la cantidad que Del Nido exigía por el jugador: 35 millones más dos por Fernando Navarro. Ni más ni menos.
En agosto de 2005 Joan Laporta viajó a Macao en uno de sus incontables e inútiles viajes institucionales. Y allí hizo gala una vez más de esa demagogia que le acompañaba a todas partes y que era fruto del elaborado trabajo de laboratorio de su equipo de asesores y consejeros, los mismos que lograron que aprendiera la lección y dejara en un segundo plano a su alter ego, el del “que n´aprenguin”, el del que se queda en calzoncillos en el aeropuerto o el del “¡Al loro!”. Por ejemplo, preguntado por ese sponsor fantasma chino que no llegaba, indicó: “No veo a la gente preocupada por la camiseta, veo al socio ilusionado por tener un equipo competitivo”. ¿Qué tendría que ver una cosa con otra? Si la gente estaba inquieta con el patrocinio prometido era porque él mismo pidió permiso a los socios para buscarlo y su equipo directivo se encargó durante los dos años anteriores de filtrar informaciones triunfalistas en los medios que lograron impactar entre los aficionados. La preocupación por el patrocinio no era incompatible con la satisfacción reinante por el rendimiento del equipo, pero existir, existía. Si el propio Laporta no hubiera anunciado desde antes de ser presidente que el Barça tendría sponsor, aireando incluso las condiciones económicas, a esas alturas nadie le habría preguntado por el tema. Un nuevo charco en el que se metió él solito y del que pensaba salir echando mano de perversos contubernios ideados por los nostálgicos casposos que salían de las cavernas.
Es posible que la gente no estuviera preocupada por la camiseta. Pero tampoco lo estaba por el tema de la remodelación del Camp Nou o el del equipo franquicia en la liga americana de fútbol. La gente no estaba preocupada, pero él sí.
Seguía diciendo el presidente: “Tenemos la suerte de que no es una negociación urgente y si tiene que ser beneficiosa para el club no nos entrará la prisa”. Suerte que no se trataba de una negociación urgente después de... ¡tres años! de negociaciones, de viajes, de hoteles, de dietas, de promesas y también de mentiras y secretos, claro.
Hay más desde Macao, muy cerquita de Hong Kong, interesante lugar para convocar ruedas de prensa: “Este viaje no es para cerrar el asunto (del sponsor), no vengo con la estilográfica preparada, pero alguna cosa haremos. Esta es una negociación que nunca está parada, pero no nos vamos a precipitar. Marcamos nosotros el ritmo”. “Alguna cosa haremos”. Hubiera sido bueno que empezaran a hacerlo porque ya iban camino de entrar en el libro de los récords en cuanto a la duración del incumplimiento de una promesa. Y para ser una negociación “que nunca está parada”, daba la sensación de que su avance había sido exactamente cero en tres años. Menos mal que, como el precio, “el ritmo lo marcamos nosotros”. Y así le iba al club. Pero, eso sí, mientras esperaba su turno UNICEF es de suponer que alguna cosa estaría haciendo el puñado de directivos que se desplazó a Macao. El problema es que nunca se supo el qué.
“La imagen del Barça es excelente y la idea de construir un edificio en Shangai no está descartada”, decía el presidente en Macao, lo que confirmaba que los directivos del Barça, ya sin Xavier Faus, lo que buscaban en China era un pelotazo inmobiliario más que un sponsor, tal y como apuntaba As. En el “más que un club” el “más” incluía también la posibilidad de que el FC Barcelona se convirtiera en una empresa inmobiliaria. El dinero mueve montañas y construye edificios si hace falta. Como en tantas y tantas otras cosas, nunca más se supo del edificio en Shangai. Pero ahí queda el viajecito y que les quiten lo bailado, porque “algo fueron a hacer”.
Sentenciaba el presidente en El País el 21 de agosto de 2005: “La discrepancia es buena en la junta, pero las únicas actitudes que no tienen cabida son las de la deslealtad, el egoísmo y los intereses personales”. Tres defectos de los que él podría hablar largo y tendido en primera persona, tanto desde su etapa de desestabilizador desleal como desde la de presidente egoísta y pendiente de sus intereses personales. Lo que no quedaba claro es lo que el presidente entendía por discrepancia de la buena. ¿La de Rosell? ¿La de Echevarría? ¿La de Soriano? ¿La de Vicens? ¿La de Ferrer? ¿La de Franquesa? ¿La de Godall? El mundo se llenó de discrepantes de Laporta.
En Mundo Deportivo Laporta insistía por esas fechas en su obsesión enfermiza de ver enemigos por todas partes: “Este año ha sido difícil porque desde dentro y desde fuera, sobre todo desde fuera, se ha intentado construir una realidad que está muy lejos de ser cierta”. Es decir, que lo que pasó en el aeropuerto, en realidad no sucedió, fue un invento de los de fuera, ya que no fue un acto de prepotencia sino un intento de “solucionar una situación de bloqueo”. Textual. Cuando vendía patrimonio, según los de fuera, se trataba simplemente de una “transformación de patrimonio” en opinión de los de dentro. El problema en realidad era que había mucho mal pensado. Acostumbrados a oírle repetir una y mil veces que su amistad con Rosell era tan firme que nada podría enfrentarles, había que plantearse quién construía realidades inciertas desde fuera o... desde dentro.
“Seguiremos dedicando los mejores años de nuestra vida al club, con errores y aciertos, pero siempre con la intención de defender los intereses del Barça por encima de las presiones, las amenazas y los intentos de desestabilización de los que no han digerido aún nuestra manera de dirigir el Barça”. Tenía gracia que hablara de malas “digestiones” quien se indigestó una y otra vez con los resultados de anteriores elecciones democráticas perdidas una tras otra en la época de Núñez. A día de hoy no se ha registrado un intento de desestabilización similar al de la moción de censura que él promovió, porque la que lideró Oriol Giralt fue dos años después de las elecciones y tras dos temporadas de fracasos deportivos continuados y de actuaciones personales lamentables del presidente. Cierto que el mandato de Laporta tenía fecha de caducidad, pero el barcelonismo no podía quedarse de brazos cruzados viendo cómo el club se deterioraba esperando la fecha electoral. Laporta siempre quiso dejar bien claro que las circunstancias de su moción y las de Giralt eran diferentes. Y tenía razón. La que él promovió seguro que habrá que valorarla como una herramienta democrática en la defensa de los intereses del club... aunque tuviera efecto pocos meses después de la victoria más abultada de un candidato en las elecciones de la entidad y en un año con excelente cosecha de títulos ¿Tenía, quizás, problemas de digestión Joan Laporta en esa época?
Afirmaba en la asamblea de compromisarios de 2005: “Nadie conseguirá amargar el estado de ilusión que vive el barcelonismo”. Claro, la exclusividad para amargarle la ilusión al socio la tenía él y su grupo organizado en la oposición. Por eso, ahora que mandaba, ya no era necesario que nadie recorriera los platós, emisoras y redacciones movilizando a las masas para que acudieran al Camp Nou con el pañuelo preparado, aunque se ganara la liga. Ahora ya no tendría sentido despedir al equipo con una pañolada en el descanso de un partido que se está ganando por 5-0. ¿No era eso amargar el estado de ilusión que vivía el barcelonismo en la época del mejor Ronaldo? ¿No era eso egoísmo porque aquel no era su Barça?
Decía el presidente: “Algunos que escriben del FC Barcelona tienen que hacer ver que son del Barça y no lo son. Esto debe crear una amargura interna muy fuerte”. A Sergi Pàmies, siempre tan agudo, no le pasó por alto el ataque de sinceridad de Laporta. Podía leerse en El País el 29 de agosto de 2005: “En la asamblea Laporta acusó a algunos periodistas de no ser del Barça. Yo ignoraba que para hablar del Barça había que ser barcelonista y que el periodismo deportivo consistía en idolatrar. Y me sorprende que el presidente critique a algunos que le ayudaron a estar donde está”. ¿A eso se le puede llamar ingratitud? Seguimos coleccionando virtudes. ¿Y por qué “algunos que escriben” tienen que ser obligatoriamente del Barça? ¿No pueden ser simplemente independientes? ¿Sería eso lo que le chocaba, que alguien se atreviera a escribir algo sin consultárselo antes a su gabinete de propaganda, como hacían algunos, los buenos, claro?
¿Creería quizá Laporta que el nivel de barcelonismo de “algunos que escriben” debía ser como el del hijo de su amado Carabén, Armand Carabén Van der Meer, que admitía en un artículo publicado en El País el 29 de mayo de 2003 que deseaba las derrotas del Barça cuando el presidente no era de su agrado? El barcelonista en cuestión, socio desde que nació, dejó de serlo tras el cese de Cruyff. ¿Era socio del Barça o socio de Cruyff? ¿Primer el Barça o Primer Cruyff? ¿Fútbol Club Barcelona o Fútbol Cruyff Barcelona? Este ejemplo de barcelonismo, muy próximo a Laporta, era capaz de escribir desde el rencor lo siguiente sin ruborizarse: “La mayoría culé se olvidó con demasiada rapidez del cese de Cruyff y a lo largo de los años que siguieron no pude evitar maldecir a una afición que, como si nada hubiera pasado, jaleó sucesivamente los goles de Ronaldo, los triunfos de un equipo cuadrado a golpe de libreta y las chilenas de Rivaldo (…) Los cruyffistas vivimos estos años un destierro en toda regla”. Y acababa el artículo pidiendo el voto para Laporta. ¿Eso era el laportismo: cualquier cosa menos “Primer el Barça”? ¿Qué es eso de maldecir a la afición por aplaudir los goles y los títulos de su equipo? ¿El barcelonismo no tenía derecho a disfrutar si no estaba Cruyff por medio? ¿Eso podía decirlo un culé o un cruyffista disfrazado de culé? ¿Son éstos los que luego se escandalizarían cuando alguien se atrevía a discrepar del pensamiento único del presidente? ¿Creerían éstos acaso que los que no pensaban como ellos eran como ellos, deseaban las derrotas del Barça y “maldecían al público por aplaudir”? Afortunadamente, quienes no aplaudieron al president Laporta se lo tomaron todo de otra manera. El problema es que, como dice el refrán, “piensa el ladrón que todos son de su condición”. Y no. Discrepar de Laporta no implicaba maldecir a la afición ni lamentar los éxitos de los jugadores del Barça, fueran de Rosell, de Núñez, de Gaspart, de Soriano o de Laporta. Sean conseguidos a golpe de talonario, de libreta o de sentido común. Pero ellos, que eran así, no se lo podían creer.
En la misma línea se movía Evarist Murtra, el “indultado” del nuñismo, que igual se subía al carro de Núñez que al de Bassat que al de Laporta. Así describía su barcelonismo a Antón Parera en Ona Catalana el 3 de mayo de 2003: “Cada vez que tú intentes ayudar a un candidato, yo estaré en el bando contrario porque pienso que no es bueno que vuelvas al Barça”. Para Murtra el Barça era un asunto secundario. El tema principal consistía en alinearse en el bando contrario de Parera. Eso y pobreza de espíritu es lo mismo.
Era un claro ejemplo de que para algunos los personalismos están por encima del propio club. Murtra decidía su posición en función de dónde estuvieran colocados los otros. ¿Así íbamos a conseguir remar todos en la misma dirección? ¿Era esta la mejor manera de unir al Barça? ¿Era el sistema más adecuado para cerrar antiguas heridas? ¿O era la fórmula ideal para recuperar el tiempo y las prebendas perdidas durante 22 años porque “ahora nos toca a nosotros”? Ser así a Murtra le sirvió para obtener un asiento en el palco con Laporta a pesar de su pasado nuñista. Daba el perfil. Aunque luego se le viera poco por las oficinas del club, ahí estaba él. Con tarjeta de directivo, sillón en el palco y derecho a parking, copa y canapés... hasta que la moción de censura le invitó a marcharse por dignidad.
El 22 de agosto de 2005 El Periódico desvelaba que “en el quinto folio de su discurso en la asamblea, que aún se podía leer ayer en la Web oficial del Barça, Laporta tenía pensado anunciar una noticia que hace meses que persigue: “Es un orgullo para nosotros que Ronaldinho haya querido ligar su carrera deportiva al Barça”, quería decir el presidente. Pero estas palabras no pasaron al papel porque el abogado de la estrella aún estaba leyendo los detalles de un contrato espectacular”. Tan comprometido que estaba Ronaldinho con su proyecto, y Laporta no era capaz de convencerle para mejorar su contrato antes de la asamblea. ¿Qué tipo de compromiso era ese? Posiblemente, para evitar errores de este calado y nuevas situaciones de comicidad, la web del Barça fue tan reacia a informar a los socios y aficionados con la máxima inmediatez.
Mañana, capítulo 15
La venta de Can Rigalt / Los estatutos de Vilaseca / “Me quieren ver metido en problemas” / Presidente de moda / Su orden de prioridades / ¿Presidente infeliz o mártir? / “Se merece disfrutar” / Amenazas a ex colaboradores / Laporta, grito subversivo / Cree que no merece réplica / Se siente acosado
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