En los últimos años, desde que Florentino Pérez pinta algo en el Real Madrid, el equipo blanco de baloncesto rasca poco o nada tanto en las competiciones nacionales como internacionales. El Barça, como sucede en fútbol, y en balonmano, y en hockey sobre patines, y en fútbol sala, gana con asiduidad las competiciones en las que toma parte y el Real Madrid suele perderlo todo.
Y no es por casualidad. En el Barcelona estamos asistiendo a la explosión de Rabaseda, un joven canterano a quien Pascual ha dado la oportunidad de reivindicarse y que está llamado a ser protagonista estelar en el futuro inmediato. Junto a él, un monstruo, Juan Carlos Navarro, el mejor jugador de Europa, y Víctor Sada, un hombre que se ha ganado a pulso un sitio en la selección campeona de Europa. Tres de la casa forman el grupo dominante en el vestuario. En el Real Madrid, por contra, no hay un sólo jugador de la cantera. Y, para acabarlo de arreglar, el equipo blanco asiste año tras año a un baile incesante deentrenadores y a un cambio brusco de la plantilla como consecuencia de la política insaciable de fichajes que impide a los aficionados familiarizarse con unos jugadores que tal como llegan se van.
Para acabarlo de arreglar, el Madrid ha planificado la temporada en base a dos jugadores que no están: Rudy Fernández e Ibaka, también fichados a golpe de talonario para luego perderlos ante la llamada de la NBA. No se pueden hacer las cosas peor.
Ante esta situación es normal que el Barça cope la mayoría de los títulos en juego, que el Real Madrid no gane nada y que en los enfrentamientos directos se haya producido en los últimos años un balance demoledor a favor del Barcelona. Pasan los años y en el Real Madrid siguen sin enterarse de cómo se construye un equipo.