El cobarde Mourinho ataca por la espalda

El cobarde Mourinho ataca por la espalda

| 2011-08-18

| Administrador

Ahora entendemos por qué. Por qué Pepe, Sergio Ramos o Marcelo salen desquiciados a jugar ante el Barça. La luz que los ilumina invita al desquiciamiento. Hasta Casillas, el capitán de la selección española, se ha convertido en un Mourinho cualquiera recitando convencido el guión de la antideportividad que ha redactado su entrenador y que le obliga a decir que si hay un blaugrana en el suelo será porque se ha tirado.

Si las consignas consisten en destruir al rival por las buenas o por las malas, el inductor no puede quedarse atrás. Sus jugadores ya saben que en el próximo clásico han de elevar el listón de su violencia ante el ejemplo de su entrenador, que ha marcado la línea: a partir de ahora, las agresiones, por la espalda. Nunca un traductor (también era malo en eso) pudo llegar a más ni el Real Madrid a menos. El fútbol español no necesita de entrenadores que enseñen mala educación y a agredir al contrario. Sucesos como el del Camp Nou no se habían visto nunca. Si esa es la aportación que Mourinho quiere hacer al fútbol español, pegarse con los entrenadores rivales, que nos deje en paz y vaya a molestar y a hacer daño a otra parte. Y además ni siquiera tiene el valor de asumir su acción. Cobardía total.



El Madrid, que posee una plantilla de excelentes jugadores, estuvo a punto de sorprender en el Camp Nou al mejor Barça de la historia en un magnífico partido. Eso, que debería ser lo importante, es lo de menos para Mourinho, el mismo que dijo: "ayer, hoy y siempre, con el Barça en el corazón". No mintió. Más que el entrenador del Real Madrid, parece el encargado de destruir al Barça. Está más pendiente de aniquilar al Barça que de aportar gloria a su equipo.

Me cuesta creer que a Florentino Pérez le guste Mourinho. No me imagino al presidente blanco forjando su imperio económico colocando en los puestos de máxima responsabilidad en sus empresas a "matones" de baja estopa. Pero eso es lo que hay. La imagen que el Real Madrid transmite al mundo va ligada con el patadón, la agresión, la tangana y las protestas. Ese es el estilo de Mourinho. Ganar, ganarán poco, pero repartiendo se quedan descansados. Florentino pasará a la historia del Madrid como el presidente que se puso en manos de un entrenador al que le importaba bien poco el señorío, que pensaba que el fin justifica los medios y que cualquier medio era lícito para lograrlo, aunque fuera a costa de ensuciar la imagen de quien le paga, y muy bien.



Parece mentira que las luces de Mourinho no le den para entender que los partidos se televisan y que los espectadores disponen de 25 cámaras que les sirven de ojos para entender lo que pasa en el campo. Carvalho puede intentar engañar al árbitro excusando una entrada salvaje y acusando a Alves de tirarse a la piscina. Y a lo mejor lo consigue. A quien no podrá engañar es a los millones de espectadores que han visto en su acción la mala fe. Lo mismo sirve para Pepe, un jugador que es un peligro para la integridad de los rivales. Cada entrada es falta, cada entrada va a compañada de un interés por hacer daño. Ya no cuela lo del cuento de los jugadores del Barcelona. Las imágenes no engañan. La antideportividad no consiste en exagerar una entrada, como hacen Cristiano Ronaldo y Di María, mucho más antideportivo es querer hacer daño a un rival. 

Parecía que el partido del Camp Nou le sabía a poco a Mourinho, por eso, cuando salió Marcelo a cargarse a Messi y se originó la tangana, ahí el portugués se movió como pez en el agua, en su ambiente. Y en medio del follón sacó a relucir sus más bajos instintos para agredir por la espalda al segundo entrenador del Barcelona. Ese es Mourinho. Un agresor. Luego dijo que no sabía cómo se llamaba el ayudante de Guardiola, Tito Vilanova, más que un traductor, más que un ventrílocuo, más que el entrenador del Madrid, al que gana por tres títulos a uno. No sabía quién era, pero fue a buscarle. Tiene su miga que el número uno del Madrid sólo se atreva con el número dos del Barça. Es cobarde hasta para eso.





Luego, la culpa fue de los recogepelotas. Antes eran los árbitros, el calendario, el césped... Lo que sea. Con argumentos así, mejor que salga a hablar su ventrílocuo amaestrado. Muy triste la imagen que Mourinho transmite al mundo del Real Madrid, al que va a acabar convirtiendo en un club odiado por todos menos por los talibanes que creen  en su telepredicador a pies juntillas.

El ciclo Mourinho está agotado. Ni por las buenas ni por las malas consigue acabar con la hegemonía del Barça -sí, hegemonía-. Ni siquiera pillándole corto de preparación. Lo que está claro es que dando patadas, agrediendo y protestando no se ganan títulos. Y Florentino deberá elegir: titulos o vivir anclado en la protesta y la agresión. Mourinho es un mal ejemplo para todos. Y el colmo ha sido esta agresión que le delata. Al Madrid le sobran buenos futbolistas, pero no tiene entrenador. Al menos un entrenador de fútbol, porque lo que Mourinho hace es otra cosa. El show lo domina bien, pero hace falta algo más para ganar al Barça. No es suficiente con la violencia que expresa en las salas de prensa y en sus planteamientos tácticos. Es hora de que el Madrid cambie de discurso y se dedique a jugar a fútbol y que empiece a ganar y se ponga a la altura de los grandes equipos de su historia. El problema es que mientras le sigan riendo las gracias al agresor cobarde, esto, para felicidad del barcelonismo, seguirá igual. 



Lo normal es que el presidente del Real Madrid le diera un aviso a su entrenador por perjudicar al club ofreciendo una imagen lamentable. Pero eso no pasará. Y el Madrid necesita normalizarse. Y si no gana, aprender a perder. No cuesta tanto convencer a los jugadores para que esperen en el campo la entrega de la Copa y felicitar al campeón. No debe costar mucho porque Guardiola lo consiguió sin problemas con sus jugadores en Valencia al término de la final de Copa. Pero eso, en el Madrid de Mourinho es impensable. Eso es deportividad, y esa palabra no existe en su diccionario. ¡Qué pena!

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