José Manuel Pinto tocó el balón con la mano al borde del área desbaratando una jugada de evidente peligro llevada por Soldado. González González, el juez de la contienda, debió señalar la falta y expulsar a Pinto. Pero no lo hizo, y de esta manera el Barça jugó la ida de la semifinal de Copa dando ventaja al Valencia al renunciar al concurso del mejor portero del mundo. Si el árbitro hubiera sacado a Pinto del campo, la portería del Barça habría salido ganando, aún a costa de tener que jugar con diez hombres ante el Valencia. La historia está repleta de ejemplos de equipos que en inferioridad numérica han sido capaces de sacar adelante sus partidos con éxito. Ya lo decía Helenio Herrera: "es más fácil jugar con diez que con once", porque el grado de concentración y el espíritu de sacrificio de los que quedan en el campo es mayor.
Guardiola apuesta por Pinto en la Copa por un tema de armonía y equilibrio en su vestuario, en donde por encima de futbolistas conviven personas. Y que juegue Pinto significa que los amigos mñàs desfavorecidos del vestuario también tienen derecho a tocar la gloria con sus dedos. Y en aras a mantener la paz social en su vestuario, Guardiola hace la concesión de colocar a Pinto en la portería en los partidos de Copa, aunque no se atreva a colocar a Cuenca en lugar de Messi en un partido trascendental.
La cuestión es que, admitiendo la simpatía y la camaradería que transmite Pinto en el vestuario, el Barcelona concede ventaja al rival renunciando a Víctor Valdés, para muchos el mejor portero del mundo. Por eso el árbitro perjudicó al Barça equivocándose con Pinto y con otros errores de apreciación permitiendo entradas peligrosísimas de los jugadores del Valencia que en el caso de Cesc incluso llegaron a categoría de faltas de sangre. El raparto de tarjetas no fue ni muchos menos justo.
Pero lo que queda es lo que en Madrid deciden que debe de quedar, que los árbitros favorecen al Barcelona. Y esto, dicho esta temporada, con la que está cayendo, suena a ofensa a la inteligencia ajena.