Todo el mundo esperaba a Mourinho, a ver qué explicaba, cómo argumentaba su desastroso planteamiento y la ridícula respuesta de sus jugadores ante un Barcelona que no quiso hacer más daño que una dura y fría bofetada con los cinco dedos de la mano bien abiertos. El portugués se atrevió a comparecer, acompañado por los responsables de prensa del Madrid, que poca cosa pudieron sugerirle/aconsejarle aquella noche negra para el blanco escudo del Real.
Mourinho fue hábil y calibró de manera instantánea la euforia existente en la prensa culé, fiel reflejo e inmejorable termómetro para saber cómo respira habitualmente el pueblo azulgrana, el que tan bien conoce de su pasado como traductor. “Perder así, de forma tan clara y merecida, es muy fácil de digerir”, se arrancó ante los medios para despistar, romper el hielo y evitar hablar de la sensacional lección que recibió sobre el césped del Camp Nou. Siguió charlando, claro, ligando frases sin una profundidad de carga interesante como para evitar la sangre en su vestuario y que los golpes descargasen sobre él. La idea no era otra que consumir los 18 minutos que acostumbra a compartir con los medios o torear con arte los 10 minutos que desde el departamento de Comunicación del Madrid dejan visible a la que debía ser la estrella en otro intento desesperado de Florentino Pérez por sentirse un ganador en el mundo del fútbol.
Y siguió: “Espero que este resultado no afecte a mi equipo a nivel psicológico”. Al final siempre es lo mismo y el tiempo juzga sin compasión. El Madrid llegó al Camp Nou creyendo que podría responder al juego azulgrana y no sólo entendió que está a años luz, sino que la herida aún sigue sangrando y escuece, pese a la soltura practicada desde dentro de la entidad y con los favores recibidos desde fuera. El Madrid no juega a nada y lo que es peor, no se le espera. Colgados de la capacidad física de un cada vez más cansado Cristiano Ronaldo, los actuales subcampeones de Liga padecen para puntuar, discuten en medio de los partidos (sí, sí, Alves y Piqué también), pero lo que más dudas ofrece es a la hora de cerrar los partidos: no todos los rivales son el Atlético de Madrid.
Como si un saco de sal hubiese caído en la brecha, cada vez más abierta y profunda y sin síntomas de una reacción inminente, Mourinho tiembla por no dejarse más puntos en el camino y reza para que lo haga el Barça en las próximas semanas. Hasta mayo queda mucho y cuatro puntos son una tontería, pero el manotazo del Camp Nou aún escuece en Chamartín.
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