Joan Laporta se reunió previamente con su gente en el restaurante Drolma, cuartel general de sus homenajes gastronómicos a 300 euros el cubierto y a la salud de los socios. Allí estaban todos: Sala i Martín, Oliver y los ex directivos del último mandato -a Soriano no se le esperaba- para idear una estrategia conjunta que evite que tengan que pagar de su bolsillo la deuda que dejaron en el club.
Y la estrategia fue la que cabía esperar. Laporta se hizo la víctima de una confabulación de estilo judeomasónico, aunque él la llame "caverna mediática españolista". Negarlo todo y llorar porque alguien le tiene manía.
La defensa fue cosa de tres, como el gobierno del Barça en los últimos meses, los que coinciden con el despilfarro más desgarrador. Laporta/Sala i Martín/Oliver. Al resto de directivos, allí presentes, se les reservaba el papel de palmeros. Oír y callar. Oír y asentir. Unanímemente, claro. Como siempre.
Laporta puso el grito en el cielo. Nadie le ha acusado de nada todavía, pero él se rebeló contra la injusticia que está por llegar. Avisó que renuncia a acudir a la asamblea para defender su versión y confesó que no se ha tomado la molestia de acercarse por las oficinas del club para leer la Due Dilligence y así saber de qué habla. Por tanto su comparecencia ante la prensa y amigos, amiguitos y amiguetes de aplauso fácil fue para hablar de oídas.
La teoría de la conspiración no necesita de datos. Es perder el tiempo. Habló de "resentimiento compulsivo", algo parecido a lo que mostró él cuando entró en el club y, haciendo caso omiso de sobres y números, decidió unilateralmente la cuantía de la deuda heredada. Se quejó también de que "se ha dudado de nuestra honorabilidad". Nadie se ha expresado en tal sentido, a diferencia de lo que hizo él en los años previos a su asalto al poder. Y valoró su gestión como "impecable" porque "el cómputo final da beneficios". No dijo nada sobre la venta de patrimonio para cuadrar las cuentas ni de ingresos ficticios anotados en su haber, como el caso del litigio que el club tiene pendiente con Baena y que está a la espera de resolución judicial. Por si acaso, los sesudos gestores de Laporta aprovecharon el tiempo y añadieron al capítulo de ingresos 3,8 millones que no existen y que están a expensas de la sentencia del juez.
La masa salarial de los futbolistas se ha elevado al 59% del presupuesto, 8 puntos por encima de lo que él mismo anunciaba años atrás como prudente. Y presumió de haberse gastado 44 millones en primas con destino a los futbolistas. Al final, la culpa del desfase económico habrá que atribuirla a los futbolistas. No es extraño, pues, que desde su propia caverna mediática se pretenda enfrentar a jugadores y técnicos con el actual presidente.
Se ofendió Laporta porque Rosell insinuó que hubo que vender a Chygrynskiy para pagar las nóminas del mes de junio. Y para demostrar la falsedad de la acusación se agarró a un crédito de 150 millones solicitado a los bancos que no fue concedido, por prudencia financiera, hasta que el nuevo presidente tomó posesión. Si la situación económica era tan saneada ¿qué necesidad había de pedir un crédito de 150 millones?
Se preocupó por la utilización del idioma castellano con las peñas, entendiendo el detalle como "un guiño a la caverna mediática" y calificó como situación de "vasallaje y sumisión" la decisión de Laporta de viajar a Extremadura para pedir perdón a su presidente por las ofensas recibidas de parte de Joan Laporta. El mismo que pide unión y concordia ahora es el que se dedicaba a abrir frentes y conflictos durante su mandato.
Y el mismo que engañó consciente y alegremente a los socios con su cuñado, con el sponsor chino o con el reparto de las entradas para las finales hablaba de "falsedades, mentiras y medias verdades" referidas a su persona. Se le ha puesto la piel muy final. El recuento de sus irregularidades contables no es para él más que un intento para "perjudicar mi imagen y mi carrera política", dando a entender que Rosell ha iniciado una cruzada contra él atendiendo a intereses políticos de partido. Nada nuevo en él. No hay mejor defensa que un buen ataque asumiendo el papel de víctima de una conspiración. ¿Qué tendrá que ver la política con sus fiestas, comilonas y viajes a cuenta del dinero de los socios?
Laporta anunció que no asistirá a la asamblea a defender sus números ante sus consocios. También admitió que no había leído la Due Dilligence, pese a estar a su disposición en el club. ¿De qué habla entonces? ¿Por qué se defiende de lo que nadie le ha acusado, al menos de momento? Está claro que su comparecencia ante los medios de ayer sólo pretendía influir en los socios compromisarios. Influir, como siempre. Con la diferencia de que ahora ya no los puede comprar con canapés y cava. Ahora bien, exige que "se haga pública la Due Dilligence" en aras a la transparencia. Eso mismo es lo que le reclamaron los socios a él en 2003, con la diferencia de que mientras que con Laporta el club vivió en un ambiente de oscurantismo total, Rosell ofrecerá a los socios las conclusiones de dicho informe.
Y, es curioso, sostiene que todo este revuelo "perjudica a la imagen del Barça a nivel internacional". Como si el Barça tuviera algo que ver con la gestión de quien coyunturalmente lo ha dirigido. A Laporta, está claro, le preocupa lo que puedan pensar de él sus nuevas amistades, las de Uzbekistán por ejemplo. Pero el daño que se le causa a la entidad viene dado por sus actos y no por la denuncia de los mismos.
Joan Oliver, el que hizo su agosto en el Barça abandonándolo con el riñón bien cubierto tras apenas dos años de dedicación, tuvo la osadía de afirmar que las incertezas añadidas por la auditoría en sus cuentas "son habituales porque la vida es incierta". Efectivamente, Oriol Giralt tiene razón: nos toman por tontos.
Y el otro, Sala i Martín, gurú según dicen en temas económicos, quedó también retratado: "no hay que hacer caso de las auditorías, sólo opinan". Y para refrendarlo, Laporta presentó una auditoría paralela a su favor, como ya hacía en su época de opositor a Núñez. Curiosamente, la auditoría de la que ahora se quejan está realizada por la empresa Deloitte, la misma que ellos contrataron en 2003 y con la que han venido trabajando desde entonces.
Pedro Riaño
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