Entonces, vive Dios, distaba yo muy mucho de querer convertirme en un enfermizo culólogo, ni estaba en mi ánimo dedicar mi vida a la santidad y a la deconstrucción del barcelonismo. Únicamente tenía ojos para Velázquez y Gento y sólo sabía de la existencia del abuelo por el No-Do y las monedas de una peseta. Los caminos del Señor, sin embargo, son inescrutables y con el transcurrir de los años comprobé que algunas verdades como puños esgrimidas por mis compañeros de escuela ocioso es aclarar que del bando azulgrana, en realidad sólo eran imágenes fenoménicas (inexistentes) creadas por el barcelonismo a partir de la configuración de un conjunto de hechos reales o imaginarios.
De esa época hasta aquí algunas cosas han cambiado, of course no se grita ya Guruceta, Guruceta, sino Villarato, Villarato (como en Almería y Gijón), y, otras, se mantienen inalterables como el ciprés de Lorca; agua estancada que diría el poeta. La más manida, equiparar o establecer un paralelismo histórico entre el franquismo y el Real Madrid y colocar al FC Barcelona y por extensión a los catalanes al margen de aquella realidad social y política, como si durante treinta y seis años hubieran vivido en una cámara hiperbárica soportando las presiones del malvado Carabel de El Pardo.
Es verdad que Emilio Guruceta, el árbitro de aquel histórico Barça-Madrid que no logro escudriñar, la lió parda aquella noche. Pero no es menos cierto que alrededor de su error se levantó desde Cataluña una de las campañas más insidiosas contra el equipo blanco que se recuerdan en el fútbol español. Empezando por Samaranch suyo fue el titular a toda página de Solidaridad Nacional: Guruceta, ¡culpable!, y acabando por el entonces presidente del Barça, Agustín Montal, tan del Movimiento entonces por mucho que intente disfrazarlo ahora como Samaranch y la propia Soli. Porque, oiga, vamos a ver, muy desafectos del régimen no debieron ser los Montal cuando el Ministerio del Ejército era uno de los clientes preferentes de Industrial Montalfita, la empresa familiar.
Rojo era mi padre, qué narices, que no quiso morirse sin conocer la Plaza Roja y saber cómo era la momia de Lenin, pero ¿los presidentes del Barça? ¡Dios del amor hermoso! Todos azules o sociológicamente azules: José Vendrell, un coronel del Ejército que había luchado codo con codo con Franco durante la guerra; Enric Martí Carreto, Narcís de Carreras, José Luis Núñez, Joan Gaspart (a punto estuvo de encabezar la candidatura de Alianza Popular por Barcelona)
Y el único que de verdad salió patriota (catalán, claro), seguramente es el más franquista de todos en el fondo y la forma. Contradicciones del barcelonismo.
Pero como la vida es caprichosa y el pasado siempre vuelve, que diría aquel, diecinueve años después el Camp Nou fue escenario, en un partido de Liga, de una jugada exactamente igual a la protagonizada por Rifé y Velázquez. Aunque con distintos protagonistas. En vez de Guruceta, el árbitro era el canario Brito Arceo. El rival del Barça no era el Real Madrid sino el Sevilla, y el penalti se lo pitaron a Polster en vez de a Velázquez. Vivir para ver que diría el clásico. Y como en el palco no estaba el Caudillo, la culpa se la echaron al empedrado. Por cierto, aquella temporada de 1969-70, la Liga la ganó el Atlético de Madrid y en El Pardo y aledaños pocos, muy pocos, querían ver al Madrid campeón de Copa.
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