El FC Barcelona es el mejor club del mundo por muchas razones. Por ejemplo, porque es el único que mantiene una docena de secciones deportivas compitiendo la gran mayoría al más alto nivel: baloncesto, balonmano, hockey patines, hockey hierba, hockey hielo, rugby, atletismo, etc.
Por ejemplo, porque no es un equipo. Ni siquiera un club. Es un sentimiento que va mucho más allá de lo que pueda suceder en un terreno de juego. Su estabilidad y viabilidad de futuro está por encima de que la pelota entre o deje de entrar y su grandeza no depende de los resultados de ninguno de sus equipos.
Por ejemplo, porque durante un periodo muy concreto, triste y gris, asumió la representatividad de las libertades democráticas. Gritar "Barça" llegó a ser sinónimo de "libertad" como reclamo de normalidad democrática. Eso le hizo grande. Así creció, sin necesidad de acompañar su trayectoria con triunfos. Y llegó un momento en que el más que un club dejó de necesitar las victorias para ser grande.
Su grandeza estaba por encima de los resultados. Y a base de derrotas, las derrotas de una época negra marcada por un decantamiento político hacia el color blanco traducido en comportamientos oscuros de la clase arbitral -no hace falta recordar sucesos como el de Guruceta-, el Barça creció y creció hasta convertirse en lo que es ahora, el club más grande del mundo, con la afición más numerosa, mayor número de socios y el estadio más monumental. Nada es porque sí.
La grandeza del Barça se puede apreciar en cualquier rincón del mundo: un mercadillo de Marrakech, una tienda de Tokyo, un callejón de Buenos Aires... La camiseta del Barça es patrimonio de la Humanidad y su divinidad le permite estar en todas partes. Los últimos éxitos, indudablemente, han ayudado mucho a la expansión del club. El Barça cae bien. Los niños de cualquier lugar del planeta sintonizan con el credo blaugrana porque sus mitos son de este mundo y el modelo que representa el equipo nada tiene que ver con el talonario que otros usan de manera indiscriminada para demostrar su poderío.
El club es poderoso y puede hacer frente a costosas operaciones, pero el nucleo duro del equipo es de casa, está formado por chavales que han crecido soñando con defender sus colores. Siempre habrá mercenarios porque el Barça, como el Madrid, está obligado a ofrecer a su afición lo mejor. Pero eso se puede hacer echando mano de la prepotencia y presumiendo de talonario -aunque los fondos no den para tanto despliegue- o fabricando una marca con un grupo humano ccmpuesto por gente de casa a quien no hace falta explicar lo importantes que son las victorias del equipo para sus aficionados.
El Barça es hoy motivo de orgullo para millones de seguidores. Es también el club de UNICEF, el club solidario que se preocupa por los niños desfavorecidos, por el hambre en el mundo... Porque el fútbol puede tener también alma.
Me van a perdonar los madridistas, pero me aburre la prepotencia del rico ostentoso que piensa que nada se escapa de sus posibilidades y que lo puede comprar todo. El Barça le ha dado una lección al estilo Florentino con Valdés, Puyol, Piqué, Xavi, Iniesta, Messi, Pedrito, Bojan... y lo que viene detrás. Es el resultado del trabajo bien hecho. Lo que bien empieza, bien acaba. El barcelonismo se siente orgulloso e identificado con un equipo de casa formado por jugadores a los que no ha hecho falta convencer con billetes para sumarse a la causa. Ya estaban convencidos cuando con ocho, diez o doce años entraron a formar parte de la familia blaugrana. Y así, con la eterna mayoría absoluta de canteranos en la formación titular, los triunfos saben de otra manera. A gloria, por ejemplo. No es lo mismo compartir la alegría de los triunfos con extranjeros que no saben dónde están que con chavales formados en la tierra capaces de sintonizar con la alegría del pueblo que les arropa.
Porque aquí no rendimos culto al mito millonario. Se hizo, cierto, en otros tiempos. Pero las cosas han cambiado. Lo que a nosotros nos gusta es identificarnos con los nuestros. Y eso es difícil cuando quien trabaja para ti está hoy aquí y mañana allí.
Dudo mucho que el poder económico de Florentino Pérez pueda meter mano en este Barça. Pudo llevarse a Figo. Pero con Messi no podrá. Ni con Xavi, ni con Iniesta ni con... Están en el mejor club del mundo y no hay dinero que pueda convencerles para traicionar un proyecto que tanto ha costado construir y del que forman parte.
El Real Madrid, o Florentino Pérez, puede tener mucho dinero para comprar un álbum y enganchar allí los cromos más buscados del mundo. El Barça es otra cosa. Es mucho más. Más que un club, un ejemplo envidiado por todos los clubs del mundo, los mismos que aborrecen a los millonarios que son tan pobres que sólo tienen dinero y que pasean su arrogancia comprando a precios imposibles. En el Barça hay dinero, modelo, pasado, presente y mucho futuro.
El Real Madrid, en cambio, es fundamentalmente pasado. Ni gastando casi 300 millones de euros será capaz de acercarse, aunque sea de lejos, a lo conseguido por el Barça el pasado año. Y es que cuando uno se gasta 300 millones es para ganarlo todo. ¿Para qué si no? Unos siguen un modelo. Los otros van dando bandazos. Uno es grande, el más grande. El otro es sólo una referencia en los libros de historia. Un quiero y no puedo.
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